Amanecemos temprano. Hoy es preciso rezar por la mañana, antes de que comience el fluir de la actividad. Si no, por la noche será muy tarde, y nos pillará cansados. Así que de ocho a nueve y pico lo dedicamos a la oración. Medito un texto precioso sobre el Buen Pastor escrito por el Papa en su primer volumen sobre “Jesús de Nazaret”. Después rezo el Oficio de lectura y las Laudes con otros compañeros de la casa sacerdotal. Las Horas, rezadas en comunidad, se gustan más.
Tras el desayuno repaso un poco el ritual de las Primeras Comuniones. Pienso de nuevo en la homilía, e intento fijar las ideas importantes, las que no puedo dejar de decirle a los niños. “Cuánto he deseado celebrar este banquete con vosotros” les dice el Señor. Ésta es importante. Les diré a los niños que Jesús, hoy, hace Alianza eterna con ellos. Un “pacto de sangre”, como hacían antes los jóvenes, cuando se herían para sellar de rojo carmesí una amistad verdadera. Pues Jesús ha entregado hasta la última gota. Esto se lo tengo que decir. ¿Y cuál es su parte del pacto? Les leeré las palabras de Benedicto XVI recordando su primera Comunión, a 69 años de distancia: “comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí (...) que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la vida (...) Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida –tenía 9 años- y que era importante permanecer fiel a ese encuentro. (...) Prometí al Señor: “quisiera estar siempre contigo” en la medida de lo posible, y le pedí: “ pero, sobre todo, estate tú siempre conmigo” Eso es, hay que permanecer fieles, en la oración, en la Eucaristía, en la Iglesia. Vale , creo que les ayudará.
Salgo hacia la Parroquia, con tiempo. Rezo el Rosario en el coche, y lo concluyo mientras aparco. Llego a la Iglesia y voy preparando las cosas. El Misal, las ofrendas, el pan y el vino, el sonido a punto, los cestillos... Vale, parece que está todo. Y comienzan a llegar las catequistas, y luego el coro, y después los niños, que se dejan fotografiar entre nervios e ilusiones. Están muy guapos, y parece que entienden que algo grande va a ocurrir en sus vidas, aunque no capten toda su hondura. ¿o a lo mejor lo entienden mejor que nosotros?
Comenzamos casi puntuales. Y todo se desarrolla según lo ensayado: leen, escuchan, sonríen, se traban, alguno se confunde... el “público” no se porta mal. Hace tiempo que muchos no pisan la Iglesia, pero tampoco hace falta que se lo recordemos. Les pedimos respeto, silencio y oración, y cumplen, las dos primeras al menos. Los niños se acercan a comulgar por vez primera –“¡la primera de muchas!” les digo- y les invito a sellar su alianza con Él. Su historia continuará, espero, y ojalá la vivan de la mano del Señor. Al concluir, aplausos, felicitaciones y más fotos. Tras abrazos y besos, nos despedimos de los niños y sus padres y recogemos el instrumental. No lo guardamos muy lejos, porque a la tarde hay otra tanda. Pero yo tengo otra agenda.
Comienzo a pensar ya en el bautizo de las 4 de la tarde. Es sólo una familia, será más sencillo. Son cuatro hermanos de padre español y madre guineana, aunque todos han salido a la madre. El segundo recibirá la Primera Comunión a las 6 de la tarde, por eso querían aprovechar y bautizar al pequeño. Les digo que sí, pero que debe ser a las 4 –hora intempestiva donde las haya- porque a las 5.30 tengo una Boda en Madrid. Después de comer hago memoria de lo que suelo predicar en los Bautizos. Nacer a una vida nueva, entrar en la familia de Dios, morir para tener vida. Algún ejemplo. Recordar la belleza de la vocación de los padres –y de los padrinos-. Vale. ¿y la Boda? Resulta que voy a casar a una amiga del instituto. Han elegido el Evangelio donde Jesús sentencia que “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Medito esta frase y pienso qué es lo que Dios ha unido. La humanidad y la divinidad en Jesucristo. El destino de Dios y de los hombres está sellado con una “aleación eterna”. Y me dispongo a buscar las palabras y las imágenes que muestren gráficamente que el amor de Natalia y Juan va a participar de ello, del Amor de los Amores.
En estas reflexiones me encuentro cuando caigo en la cuenta de que son ¡las 4! Menos mal que les dije que llegaran pronto. Llamo a la mamá del bautizando y me dice que están aparcando. Recuerdo la inolvidable frase que me dijo mi amigo “Jasmin” –a pesar del nombre, sacerdote de Madagascar- cuando nos conocimos en Malta estudiando inglés: “los europeos tenéis relojes; nosotros tenemos el tiempo”. Así justificaba su impuntualidad habitual...
Me revisto con alba y capa pluvial. Hace calor pero la liturgia y su belleza aconsejan su uso. A las 4.10 entran por la puerta, pero falta el padre. Enciendo las velas, coloco por tercerea vez el ritual, y entra el papá, con la corbata en la mano. Pregunta si alguien puede hacerle el nudo. Yo aguanto la situación y miro al personal: cuatro niños pequeños, la mamá, padrino, madrina y fotógrafa. Je, je, nadie sabe hacer nudos. El padre me mira a mí. Y yo no sé si explotar o romper a carcajadas. Así que cojo la corbata, dejo el ritual y el micrófono, y compruebo –año y medio después- que las cosas que se aprenden bien no se olvidan. Sobre el alba hago un elegante nudo doble como me enseñó a hacer mi padre. Después le colocó la corbata al papá, le bajo el cuello de la camisa y le digo que le queda bien. Y comenzamos el bautizo. Lo celebro con dignidad, aunque con más diligencia. Me ayuda como monaguillo el hermano de la criatura, y eso agiliza los movimientos. El peque en cuestión tiene ya dos años, por lo que en un par de ocasiones huye de la escena. En el momento de la aspersión del agua sobre su cabecita se porta. Me temía lo peor.
Termino el bautizo y en tiempo record me quito el alba, cierro las puertas de la Iglesia y cojo el coche rumbo a Madrid. Son las 4.50, por lo que tengo margen, si no hay imprevistos. Conduzco al límite legal, mientras repaso en mi cabeza lo que tengo que hacer al llegar: buscar a las lectoras para ensayar, escribir el nombre de los difuntos en las peticiones, probar los micros, registrar el Misal... Y llego sobrado. Aún faltan 15 minutos. Preparo las cosas, respiro hondo, me revisto, y llega la novia.
La ceremonia transcurre como debe. Paula, la niña de 2 años de la pareja que caso, pone el toque desenfadado a la celebración. Pasea alrededor de sus padres. La verdad es que es riquísima. Proclamo las Lecturas, predico el Evangelio de la familia que nos ha traído Jesús. Me contengo un poco para no hablar de cuando íbamos al instituto. Preparo el Altar, consagro y les doy la Comunión. Jesús se nos entrega para enseñarnos a dar y recibir la vida. En eso consiste el matrimonio, y –con acentos- la vida cristiana.
Las firmas sellan con tinta lo que Cristo ha unido. Y el Aleluya de Haendel que acompaña a la salida de los esposos expresa bien el gozo y la grandeza de lo sucedido. Yo salgo corriendo. Quiero llegar al final de las comuniones en mi parroquia para felicitar a los niños y saludar a los papás. Varios de ellos han sido fieles alumnos de las escuelas de padres –más bien de madres, la verdad-.
A las 19.00 estoy entrando en el patio parroquial, justo cuando los niños salen risueños tras haber recibido a Jesús. Besos, enhorabuenas y... fotos. Al terminar, procedemos al “ritual” semanal: el sacerdote acompaña a las catequistas a celebrar que todo ha ido bien compartiendo un refresco. Comentamos las mejores jugadas –yo las de la mañana, y ellas me informan de las de la tarde-. Están contentas, lo estamos todos. Al rato me retiro para descansar y preparar las homilías dominicales. Debo preparar la de niños y la de adultos. Y como además habrá rastrillo benéfico pro campamentos de verano, pues aún quedan detalles que concretar.
Ya de regreso a mi residencia, comparto una cena frugal y entretenida con otros compañeros sacerdotes; nos reímos con las anécdotas de la jornada, nos alegramos por los frutos que dos años de catequesis van apareciendo en los niños de nuestras parroquias. Y acabamos rezando juntos en la capilla, reponiendo fuerzas, descansando en el Señor, y disponiéndonos para celebrar Su día, el Domingo, el día del Señor. Que lo sean todos, aunque no hace falta que sean tan intensos como este sábado de mayo.
ciertamente, que no sean todos así de intensos, aunque mantengan la santidad...porque no durarías mucho, ejjejejee...
ResponderEliminarAbrazo grande!