Imaginen una barra de hierro, fría, sólida, de color negruzco. Imaginen ahora esa misma barra introduciéndose en una fragua, o en un horno, a cientos de grados centígrados. Imaginen a continuación la barra incandescente. El hierro, sin dejar de serlo, ha adquirido las condiciones del fuego: calienta, ilumina, resplandece, y ahora además puede ser moldeado.
Con esta bella imagen explicaba Orígenes –uno de los Padres de la Iglesia- la acción del Paráclito sobre los cristianos. El fuego del Espíritu enardece el corazón humano, capacitándolo para amar y perdonar como el mismo Dios lo hace.
Esto es lo que celebramos en Pentecostés: que el miedo humano se convierte en audacia, el temor en confianza, la tristeza en alegría, la muerte es vencida por la vida. Es la culminación de la Pascua, una Pascua que dura hasta nuestros días, y más allá. El Espíritu sigue haciendo que miles de hombres proclamen que Jesús es el Señor, y esto en toda lengua, por toda raza, a toda nación. El aliento que dio paz e incendió la primera Comunidad es el mismo que alienta HOY a la Iglesia.
Ojalá seamos capaces de transmitir en nuestro tiempo, en esta nueva evangelización, la paz, la alegría y el perdón de Jesucristo a todas las naciones, en todos los lenguajes, para edificación del bien común.
Feliz domingo.
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