sábado, 8 de octubre de 2011

JESUS PUTS A SONG IN MY HEART

Hay personas que en la vida de uno dejan huella, que marcan, que estampan en el alma ilusiones y ponen en el corazón la fuerza para alcanzarlas. D. Rafael Zornoza es una de ellas. Le conocí en el año 2003. Me pareció un cura diferente. Llegué ante él con mis muletas, fruto de la enésima lesión sufrida jugando al fútbol. En su despacho me colocó un tigre de peluche para que apoyara la pierna dañada. “¿un tigre de peluche?” Vaya un Rector de Seminario tan curioso. Después, en la conversación, me dijo que sabía lo que era arrostrar una escayola; apenas unas semanas atrás le habían quitado la suya del tobillo, que había curado el esguince que se causó haciendo surf. “¿Surf?” Definitivamente era alguien especial.

Le expuse mi enrevesada situación vital: con unas ganas enormes de retomar mi vida donde la había dejado antes de ir al Seminario a Salamanca, me encontraba con una inquietud que no me dejaba tranquilo. Tal vez Dios siguiese empeñado en hacerme sacerdote. Yo le presenté mi forma de ver la situación; él escuchó pacientemente, me recomendó que rezara, y me dijo que le llamara unos días más adelante. El 16 de octubre del 2003 la inquietud se convirtió casi en infarto, y le llamé. Le dije que sí, que veía la necesidad de entrar al Seminario, pero que había cosas imprescindibles que resolver. Rafa, con mucho tacto y visión, me hizo caer en la cuenta de lo importante: si Dios me quería sacerdote, todos los problemas encontrarían solución. Y así fue; de la mano del Rector entraba al Seminario de Getafe.
Me he detenido en este pasaje porque, como comprenderán, para el que esto escribe ha sido decisivo. Soy lo que soy porque en ese momento aposté por Dios. Y uno no puede olvidar a quien te ayuda a construir tu destino, máxime cuando se trata de uno tan hermoso.


A los pocos meses tuve la suerte de heredar el Breviario del Rector. Se trata del libro que rezan a diario los curas, religiosos y seminaristas. Yo no tenía uno, y siempre andaba usando alguno prestado. D. Rafael recibió unos libros de la Liturgia de las Horas –que así se llaman- y decidió donar los suyos. Ante mi carencia, fui uno de los destinatarios. La sorpresa fue encontrar en la funda negra que protege el tomo una curiosa pegatina. En ella, un cerdito sonrosado “decía” alegremente: “Jesus puts a song in my heart”, o sea, “Jesús pone una canción en mi corazón”. Esta decoración estaba muy en consonancia con otra que adornaba la entrada de servicio del Seminario, y que desde el principio me llamó la atención. Se trataba de una imagen de Snoopy revestido con sotana. Un cuadro digno de ver, y también las caras de los visitantes cuando lo descubrían.

De D. Rafael he aprendido que se puede ser fervientemente fiel a Jesús y a su Iglesia, y a la vez un apasionado de la vida, alguien alegre y divertido. Que el sacerdocio es un modo de dar la vida por amor a Dios y a los hombres, y que –como le pasa al Cristo de Javier- se puede morir en la Cruz y sonreír al mismo tiempo. Porque no hay amor más grande que el dar la vida por los amigos.

Y ahora D. Rafael deja la diócesis de Getafe, de la que ha sido Obispo Auxiliar cinco años. Y aunque sé la noticia desde hace un mes, hasta hoy –que he visto los camiones de la mudanza- no he caído en la cuenta de que es verdad, que se marcha. Y han aflorado cientos de recuerdos, los importantes, los divertidos, los valiosos. Y deseo dar gracias a Dios desde este rincón en el que escribo de cuando en cuando por haber puesto en mi vida a un Sacerdote enamorado de Jesucristo. Y le pido que afine y perfeccione la melodía que puso en mi corazón un sacerdote músico, que ahora se dirige a Cádiz y Ceuta a regir como el que sirve. Que Dios le guarde, D. Rafael, y que siga entonando la alegre canción que puso Jesús en interior, y que muchos, a coro, la canten.
Amén.