sábado, 28 de mayo de 2011

LA HERENCIA DE JESÚS

Jesús nos presenta en el Evangelio de hoy su testamento, aquello que nos deja en heredad, y las cláusulas que debemos cumplir para poder disfrutar de los bienes que nos lega. ¿Cuáles son? Ni más ni menos que el “Espíritu de la verdad”, un espíritu que además nos acompañará por los siglos. De este modo Jesús –a pesar de su inminente marcha al Padre- no nos deja huérfanos, sino que mantiene su presencia por medio de su Espíritu, en su Iglesia. Y es que Él sigue viviendo.

¿Cuáles son las cláusulas para gozar de semejante herencia? Muy sencillo: guardar sus mandamientos, especialmente el nuevo, el primero, el definitivo. “El que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré, y me revelaré a Él”. Sólo hay una razón –nos decía Benedicto XVI en su primera Encíclica”Deus charitas est”- por la que Dios pueda mandarnos amarle: y es porque Él nos ha amado primero, nos ha amado hasta el extremo. Y este amor de caridad, que lleva a plenitud el eros humano, sólo transforma la vida del cristiano y la faz de la tierra, cuando se ve correspondido, cuando es recíproco. Por eso, si le amamos, guardaremos sus mandamientos.

Entonces no podremos por menos que hacer como el diácono Felipe, y predicar a Cristo resucitado allá donde nos encontremos. Y sucederá como atestigua el libro de los Hechos que escucharemos como primera lectura, y nuestra ciudad, barrio o pueblo se llenarán de alegría. Porque sabremos dar razón de nuestra esperanza a nuestros hermanos los hombres, y porque en nuestro corazón, con nuestra vida, glorificaremos al Señor.

Qué hermosa vida, en lo íntimo de la conciencia y en medio de la plaza pública, la que Cristo resucitado nos trae. Que la tierra entera le aclame.

Feliz domingo

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