viernes, 17 de agosto de 2018

EN ROMA, LA ETERNA


Los antiguos romanos acuñaron la expresión “ciudad eterna” para referirse a Roma porque estaban persuadidos de que su Imperio no tendría fin. De hecho, no pocos pensaron que se acababa el mundo cuando en el siglo IV los bárbaros conquistaron la ciudad. Terminó el Imperio, pero no la Historia. 




La semana del 7 al 14 de julio de 2018 he podido experimentar la eternidad en Roma, o por mejor decir, la presencia del Eterno, cuya huella está incrustada hasta la médula en la casi trimilenaria ciudad. Sirvan estas líneas como testimonio de esos días. 



DOMINGO

Se nota Su presencia en una de las plazas más imponentes del mundo, la de San Pedro. La columnata de Bernini abraza la ciudad y el mundo entero en el nombre de la Iglesia, que encuentra en este lugar uno de sus pilares. Allí, apenas a unos metros, está enterrado Pedro, el rudo pescador galileo que siguió a Jesús hasta dar la vida. En lo que hace 20 siglos era un lugar cenagoso y oscuro, testigo de la crucifixión invertida de quien no se sentía digno de morir como su Maestro, se levanta ahora uno de los edificios más imponentes que existen, coronado por la cúpula de Michelangelo de casi 50 metros de diámetro (medio campo de fútbol, que me digo yo para dimensionar adecuadamente). San Pedro es la manifestación visible de la enseñanza de Cristo sobre la semilla: si cae en tierra y muere, da mucho fruto. ¡Y tanto!



A las 12 del mediodía del domingo 8 se asomó a la ventana del tercer piso de las estancias vaticanas el papa Francisco, 265º sucesor del apóstol Pedro, el primero llegado de Hispanoamérica, el primero perteneciente a la Compañía de Jesús fundada por san Ignacio de Loyola. Antes de rezar el Ángelus nos animó a unir fe y vida, y nos pidió que ambas fueran de la mano en nuestra experiencia como cristianos. No es infrecuente -desgraciadamente- ver personas que se dicen creyentes y se desdicen con sus pensamientos, palabras, obras y omisiones… 



Después de escuchar a Pedro ingresamos en su basílica. Todo impresiona: el atrio con el Emperador Constantino a caballo en uno de los extremos y Carlomagno en el otro; la Puerta Santa tapiada en espera del próximo Jubileo; la pequeña e impactante “Pietá” de Miguel Ángel en la primera de las capillas laterales; el majestuoso baldaquino que preside la nave central; la Cátedra de Bernini al fondo con la ardiente vidriera del Espíritu Santo en forma de Paloma; la tumba de san Juan Pablo II, y de San Juan XXIII; las imponentes esculturas de los santos fundadores… Y debajo de todo, la tumba pobre de Pedro. Y encima de todo, la inscripción en letras de oro: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán”. Y allí, lo más cerca posible de dicha tumba, en la cripta de los papas, recitamos el Credo, la fe de la Iglesia, que el Señor nos ha infundido, y que tratamos de vivir, y acrecentar. San Pedro, tú que sabes lo que es negar, caer y levantarte, danos humildad y confianza para no quedarnos postrados en nuestra fragilidad, y reconocer contigo que Él lo sabe todo, y que le queremos. 



Por la tarde subimos a la cúpula. 570 escalones esforzados -150 menos para los que subieron en ascensor el primer tramo- que conducen a una de las vistas más espectaculares del interior de la Basílica y de la ciudad de Roma. Las estrecheces pueden agobiar un poco… salvo que vayas con quince pavos y pavas con los que te ríes en cualquier lugar…



El domingo nos dio tiempo a visitar por la tarde la Chiesa Nuova, donde está enterrado san Felipe Neri, que prefirió el paraíso en la tierra (“preferisco il Paradiso” que cantaban sus muchachos) y goza ahora de él en el cielo; Más adelante, San Andrea de la Valle de los Teatinos, impresionante con su cúpula y frescos. Y al final, la Iglesia del Gesú, sede de los Jesuitas en Roma, donde está enterrado Íñigo de Loyola, el gran soldado de Cristo. Frente a su sepulcro, el brazo derecho de san Francisco Javier, protagonista de la primera evangelización en India y Japón. Este intenso día terminó con la Eucaristía, recogiendo todo lo vivido en Aquel por el que todo aquello existe. Por la noche descubrimos que es mejor no dejarse la llave de la habitación dentro, porque lo del truco de la horquilla y la cerradura no es tan sencillo de poner en práctica (sin más comentarios...) 

LUNES

El lunes 9 nos llevó hasta la Basílica española, Santa María la Mayor, en la colina del Esquilino, donde un 5 de agosto apareció nevada la superficie que ahora es el primer gran templo dedicado a la Madre de Dios. Cuentan que el patricio Juan y el Papa Liberio tuvieron el mismo sueño inspirado por la Virgen; al día siguiente ambos coincidieron en el lugar de la nevada, y el Papa dibujó sobre la misma la planta de la futura Iglesia. En el año 431 el Concilio de Éfeso proclamó solemnemente que forma parte de la fe católica considerar a María como Madre de Dios, dado que es Madre de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Santa María la Mayor se reformó para ser reflejo de la grandeza de esta verdad de nuestra fe. Las reliquias de la gruta de Belén donde nació el Salvador se encuentran bajo el presbiterio, para no olvidar que tanta grandeza proviene de la pobreza abrazada por Dios. Cerca del Altar se halla la imagen de la patrona de Roma, la Salus Populi Romano, ante la cual reza el Papa Francisco antes y después de realizar un viaje internacional. Siglos de piedad -y de obras de arte- encierra dicha capilla, junto a la cual celebramos el Santo Sacrificio. Mirando arriba, en la nave central, encontramos el impresionante artesonado realizado con el primer oro traído de las Américas recién descubiertas por la Corona española por medio de Cristóbal Colón. 




De basílica mayor a basílica mayor: san Juan de Letrán, la catedral de Roma, imponente en su planta, en las esculturas de los Doce Apóstoles, en la tabla de la Última Cena, en la sede del obispo de Roma… 



Y en la comida, en uno de los parques que el peregrino agradece encontrar en su caminar diario, momentos de descanso… y de sorpresa. Un barboni -uno de los muchos mendigos que vagan por Roma pidiendo limosna o haciendo lo que pueden, a veces algo trastornados- se nos acercó a los sacerdotes gritándonos sobre el infierno, blasfemando e intimidando. El párroco apenas si pudo hacer algo más que retirarse para evitar la confrontación. Un servidor pronunció alguna palabra suelta en italiano… “Pace”, “Dio ti benedica”, pero no sirvieron de mucho, aunque el vagabundo acabó marchándose. 



Por la tarde nos esperaban dos grandes signos de la Pasión del Salvador: la Santa Escala -proveniente del Pretorio donde estuvo preso Cristo- y la Basílica menor de la Santa Cruz de Jerusalén, que alberga infinidad de reliquias relacionadas con la crucifixión de Cristo, comenzando por uno de los Lignum Crucis (fragmento de la Cruz de Cristo) más grande de cuantos se conservan. Estos santos restos llegaron a Roma por la impetuosa piedad de santa Elena, la madre del emperador Constantino, gracias al cual cesó la persecución a los cristianos en el siglo IV. Rezar ante tales reliquias, subir de rodillas tales peldaños (los que pudieron), nos acercó a la vivencia de la Pasión de nuestro Salvador, y supuso uno de los momentos fuertes de la peregrinación. 





MARTES

El martes 10 nos tocó salir de las murallas para visitar la basílica de San Pablo extramuros. La impresionante grandeza del templo introduce a la grandeza de aquél que está enterrado en la cripta del crucero. El gran Apóstol de las gentes, Saulo, el antiguo perseguidor de los cristianos, el converso fulgurante, el inagotable evangelizador, el misionero itinerante, el fundador de las primeras comunidades… En el pórtico de la basílica resonaron algunas de las portentosas palabras de Pablo: “Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir”; “Todo lo estimo basura comparado con el amor de Cristo”; “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”; “Me amó y se entregó por mí”; “Sé de quién me he fiado”; “¡Ay de mí si no evangelizara!”, y un largo etcétera. En cada lugar que visitamos uno de los jóvenes daba una sencilla explicación histórico-artística de lo que teníamos ante nosotros, y alguno de los coordinadores de la peregrinación daba una palabra explicando su valor espiritual. Y por supuesto, rezábamos ante los restos de los mártires, de los santos de la imponente historia de la Iglesia. A Saulo le pedimos descubrir nuestra vocación misionera connatural a todo bautizado. 



En el interior disfrutamos de la impactante nave, su altura y anchura y profundidad -parafraseando al Titular de la misma-, recitamos el credo ante su tumba, contemplamos el mosaico del ábside, un Cristo pantocrator esplendoroso, así como los medallones de los 266 papas de la historia (por cierto, los 13 primeros, mártires). Dicen que cuando se acabe el espacio para colocar los medallones será el fin del mundo… Pero aún queda espacio ; )



Por la tarde, después de la acostumbrada comida frugal a base de bocadillos, ensalada y fruta, tocó el turno de adentrarnos en el casco de la Urbe. Santa María de los Ángeles y de los Mártires fue nuestro primer destino. Levantada sobre las antiguas termas de Diocleciano, fueron construidas por los cristianos hechos esclavos por dicho emperador, y debe su diseño al gran Miguel Ángel. Además de la planta monumental y realmente única, llama la atención otra realidad en esta iglesia: Su meridiana solar. Es un instrumento de medición para calcular los solsticios, y por ende, para determinar con precisión la primera luna llena de primavera, que es el hecho que determina el día de Pascua de Resurrección. Aparte de la elegancia de la meridiana en cuestión, resulta llamativo a la cultura de hoy la confluencia de la fe y la ciencia en el mismo espacio. La mentalidad contemporánea, desgraciadamente deformada, tiende a considerar opuestos irreconciliables el ámbito de la religión y el del conocimiento científico. En realidad, la historia de los últimos XX siglos da sobrados ejemplos de su confluencia. Pero bueno, esto es otro capítulo…



Tras la singular basílica nos desplazamos hasta la iglesia de la santa Trinidad del monte, situada en lo alto de la Plaza de España, donde nos sentimos como en casa ; ) Junto a la embajada española ante la Santa Sede se levanta una esbelta columna coronada por una imagen de la Inmaculada Concepción, ante la que el Papa rinde pleitesía cada 8 de diciembre. No es casualidad este emplazamiento: fue precisamente nuestra nación la más decisiva a la hora de impulsar la proclamación de este dogma, que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1854. Desde allí aún tuvimos tiempo para rezar ante la tumba de santa Mónica -en la Iglesia de san Agustín- donde pedimos muy especialmente por nuestras madres, a las que debemos seguramente tanto como el obispo de Hipona debió a su santa madre. A continuación, la plaza Navona, con su llamativa planta elíptica, propia del estadio romano sobre el que se edificó. La fuente de los cuatro ríos coronada por el obelisco o la iglesia de santa Inés ameritan la visita de este enclave. De ahí pasamos al Panteón, previa fugaz visita al impresionante Carvaggio presente en san Luis de los franceses que narra la llamada y conversión de san Mateo. Me temo que la acumulación de gente y el cansancio nos impidió valorar adecuadamente el edificio más imponente y mejor conservado de la antigua Roma: el Panteón. En él, convertida en Iglesia en el S. VII, se depositaron los restos de los mártires sepultados en las catacumbas romanas. Pocos conocen que este edificio único, que posee la cúpula más grande de la Antigüedad, se ha conservado hasta nuestros días gracias a que el emperador de turno -Focas- lo donó al Papa de turno -Bonifacio IV-, convirtiéndolo en santa María de los mártires, aunque haya prevalecido el nombre original. Habrá que volver a Roma para apreciarlo en todo su valor. En ese momento visitamos el que podríamos llamar el “Panteón de los helados”: la gelatería La Palma, con más de 130 sabores distintos… En fin, un sacrificio que tuvimos que hacer. La tarde terminó con el tradicional lanzamiento de moneda en la Fontana di Trevi, aunque aprovecho para decir que yo no he cumplido con esta tradición y he vuelto a la ciudad eterna ; )




MIÉRCOLES

El miércoles 11 fue el día de los museos vaticanos, y mereció la pena las horas dedicadas a ello (salvo para alguno de los adolescentes cuyo nombre no consignaré…) De la mano de una simpática guía, recorrimos las inmensas galerías y cruzamos los amplios patios que conforman uno de los mejores museos del mundo. Esculturas de la antigua Grecia, del imperio romano, del lejano Egipto; Tapices flamencos del tamaño de una pantalla de cine; Frescos geográficos de la península itálica; Por supuesto, las estancias de Rafael, con su Escuela de Atenas y el resto de obras colosales que debemos al encargo del gran JULIO II. Impresiona ver cómo la Iglesia ha custodiado arte precristiano con gran esfuerzo y dedicación, consciente de que conservando este patrimonio estaba cumpliendo con su misión de servir a la humanidad, promocionándola y acercándonos a la Fuente de toda belleza. Impresiona ver cómo en esas salas no sólo hay imágenes sacras, sino también cuadros históricos, referencias a la Filosofía, a la Ciencia, en el fondo, a todo lo humano, porque nada de eso nos puede ser ajeno. 






Para terminar la visita nos esperaba la archifamosa capilla Sixtina de Miguel Ángel. En ella, ante el impresionante juicio final y el resto de imponentes frescos que relatan parte de la historia de la Salvación, en el mismo lugar donde la Iglesia elige al sucesor de Pedro y vicario de Cristo en la tierra, rezamos por el Papa Francisco y por su misión en la Iglesia de confirmarnos en la fe. Y con un crisol de colores, figuras y medidas, regresamos a la residencia a primera hora de la tarde, renovados por haber recorrido algo de la vía pulchritudinis. Entonces tuvimos tiempo para las duchas, una sencillísima adoración al santísimo, la Eucaristía y la cena compartida. Después de la misma tuvo lugar uno de los momentos centrales de la peregrinación: los 25 peregrinos que formábamos el grupo compartimos cómo estábamos viviendo estos días. Fue precioso. Evidentemente no es éste el lugar para desvelar las confidencias que allí realizamos, y que pusimos en manos de Dios y de los hermanos para ayudarnos mutuamente. Valga el resumen que hizo nuestro querido párroco D. Antonio: “escuchándonos, nos damos cuenta de que todos andamos ahí ahí en el tema de la fe, que flaqueamos, que tenemos poca… Y a la vez nos damos cuenta de cómo JUNTOS, viviendo como IGLESIA, rezando juntos, celebrando juntos, riendo juntos, viviendo juntos, nos sentimos más cerca de Dios, más fuertes en la fe”. Y así fue, y así es, y así será, si Dios quiere y nos comprometemos a vivir como hijos de la Iglesia todos los días de nuestra vida. 


JUEVES

El jueves 12 fue el turno de las catacumbas, en este caso, las de santa Priscila, que albergan las pinturas paleocristianas (primeros siglos del cristianismo) más antiguas de cuantas conservamos. La famosa “Orante”, una mujer con los brazos en alto que se dirige a Dios; El Buen Pastor; El banquete de la Eucaristía; y -lo más impresionante- la primera representación de la Virgen María con el Niño en sus brazos que se conserva en toda la Iglesia universal. El dibujo es pequeño, y está casi escondido, fiel al estilo sencillo y discreto a quien representa. Pero las catacumbas tienen más: son en sí mismas testimonio vivo de la fe de la Iglesia naciente en la VIDA ETERNA. Por eso enterraban a sus difuntos -no los quemaban- y crearon para ello cementerios -que es la palabra latina que se traduce como dormitorios: “no está muerto, duerme”-. Los cementerios cristianos de la antigua Roma fueron uno de los primeros lugares donde la Iglesia celebró culto por los muertos, el sacrificio de la eucaristía en sufragio -en oración- por los fieles difuntos. Allí fueron enterrados muchos de los mártires de las persecuciones de los tres primeros siglos. 




Pues fue precisamente allí donde también nosotros celebramos la santa Misa, uniéndonos a nuestros hermanos a cuya fidelidad debemos que la fe haya llegado hasta nuestros días, y más importante, que haya llegado a nosotros. En un momento cultural en el que la fe es perseguida cruentamente en muchos lugares del orbe -Corea del Norte, China, los países islamistas y marxistas, etc- y lo es incruentamente en otras latitudes, nos vino muy bien fortalecer nuestra vida cristiana en los cimientos de la Iglesia martirial. Hemos visto a lo largo de la historia que es verdad la frase de Tertuliano “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, ojalá siga produciéndose esa cosecha, y ojalá cesen las persecuciones. Aunque tal vez Dios las permita para una purificación y fortalecimiento de la fe… 





La tarde del jueves fue un pequeño maratón de la mano del P. Alfonso, un profundo conocedor de la ciudad eterna. El Coliseo fue el punto de partida del recorrido, continuando con la estela de los mártires iniciada por la mañana. Con celeridad y ritmo pasamos por san Pietro in víncoli, donde se encuentra el impactante Moisés de Miguel Ángel con sus famosas potencias -que la gente identifica con unos cuernecillos…- y bajo el altar mayor, las cadenas con las que el apóstol san Pedro fue apresado en una de las persecuciones. Después, pasando por el lugar donde se encontró la Domus Aurea de Nerón -que medía un kilómetro de longitud… y de la que hoy no queda nada a la vista- nos dirigimos a la basílica de san Clemente, una de las más antiguas de Roma, con un majestuoso mosaico. Tras ella visitamos el baptisterio de san Juan de Letrán, donde fue hecho cristiano el emperador Constantino al final de sus días. Desde allí nos dirigimos al Celio, otra de las siete colinas de Roma. En este monte se encuentran varias iglesias católicas -será por iglesias : ) Basílica de los cuatro santos coronados -no recuerdo muy bien qué había en ella… sólo que estaba dedicada a unos mártires, lo cual ya es suficiente-; San Esteban rotondo -con su singular planta circular-; Basílica de san Juan y san Pablo -muy señorial y elegante- y San Gregorio -que ya estaba cerrada cuando llegamos…- Junto a esta última Iglesia se encuentra una de las casas que las misioneras de la caridad -las religiosas fundadas por Madre Teresa de Calcuta- tienen en Roma. Se encontraban en oración y silencio, pero nos permitieron entrar a rezar en la habitación que la santa utilizó en sus meses de estancia en Roma. Impacta la extrema sencillez de la estancia, signo de la pobreza evangélica que vivió esta impresionante mujer. Recuerdo ahora lo mucho que me impactaron las celdas de las misioneras de la caridad que residen en el Paseo de la Ermita del santo, cuando en el año 2000 las visité por primera vez… pero eso es otro capítulo. 



La intensa tarde del jueves concluyó con un recorrido rápido por la plaza del Capitolio y el Foro Romano, y con una paliza considerable. Pero aún nos quedaba un día : )



VIERNES

El viernes 13 nos lanzamos como si estuviéramos nuevos, como si fuera el primer día, a rematar la peregrinación. Después de celebrar la Misa temprano y de un gran desayuno, el P. Alfonso nos esperaba en el Circo Máximo, uno de los lugares en los que más cristianos fueron martirizados. Por cierto: no queda ni una piedra de aquel imponente lugar que podía albergar a 300.000 espectadores para contemplar los juegos. Apenas queda algo de los palacios desde los que los emperadores -en el monte Palatino- observaban los mismos. Una lección para la historia.



Frente a dicho lugar comienza el ascenso de la colina Aventina. Allí se encuentran Santa Sabina, San Alejo y la casa general de la Orden de Malta, y también el jardín de los naranjos, perteneciente originariamente a los padres dominicos, y que hoy ofrece a todos una magnífica vista de Roma. 



Santa Sabina es famosa porque en ella comienza el Papa la Cuaresma celebrando el Miércoles de Ceniza. San Alesio guarda la escalera bajo la que su titular vivió humildemente por muchos años hasta su muerte; por último, la casa de la Orden de Malta contiene una famosísima cerradura desde la que se observa la cúpula de la basílica de san Pedro. Del Aventino pasamos a la Boca de la Veritá -a la que no hicimos ningún caso- y cruzamos a la Isla Tiberina, en la que los hermanos de san Juan de Dios tienen un antiguo Hospital. En esa pequeña isla se encuentra la iglesia de san Bartolomé, que alberga los restos de dicho apóstol. Desde hace unos años el templo ha sido confiado a la Comunidad de San´t Egidio, que ha dedicado las capillas laterales a los mártires cristianos de todos los siglos y latitudes. Impresiona ver la dimensión del odio a la fe a lo largo de los siglos y a lo ancho del planeta, pero impresiona más constatar el testimonio cristiano de fidelidad y perdón ante tanta barbarie. Para pensarlo.  



La Isla Tiberina -en el río Tíber- da paso al Trastévere -detrás del Tíber-, uno de los barrios más antiguos de Roma y más populares. Allí se encuentra la iglesia de santa Cecilia, patrona de la música, con la bellísima escultura de Maderno representando el momento de su confesión martirial. En el mismo barrio -al que tengo un aprecio particular por haber pasado un verano en él aprendiendo italiano- está la basílica de santa María in Trastévere, regida también por la citada comunidad de San´t Egidio. En ella se encuentra un valiosísimo mosaico de la Virgen junto a Jesucristo. 



El Trastévere dio paso a otra de las colinas romanas que nos faltaban por visitar: el Gianícolo, con otra bárbara vista de pájaro de la ciudad. Por ella entraron los muchachos de Garibaldi en 1870 cuando conquistaron Roma, y por eso está llena de bustos de los que formaron parte de aquella partida. En la colina comimos y retomamos las fuerzas necesarias para la última etapa: Santa María in Pópolo, en la Plaza del Pópolo. Allí contemplamos los Caravaggios que plasman la Conversión de san Pablo -donde aparece retratado el caballo… el que no aparece en los Hechos de los apóstoles- y la Crucifixión de san Pedro. Obras de arte que relatan otras aún más grandes: la victoria de Dios y de la fe sobre el pecado. La Vía del Corso nos condujo a San Ambrosio, donde reposa el corazón de san Carlos Borromeo. Allí también reposamos nosotros en oración. 




Cansados por el calor y las caminatas, llegamos a la residencia de mayores de las hermanitas de los ancianos desamparados, que nos recibieron con gran hospitalidad. Allí pudimos tomar algunas fotos desde una terraza muy chula. Rezamos las vísperas, algunos el Rosario, tomamos pizzas, refrescos y helados… Un gran broche de oro a una peregrinación genial.  




Conclusión

Me he extendido mucho más de lo que pensaba… Pero es que me he dado cuenta de que hemos visitado mucho más de lo que recordaba. En estas líneas quedan recogidos nuestros pasos exteriores por la ciudad eterna. Hay muchos detalles que no he mencionado, y algunos que no es posible transmitir por escrito. No he dicho nada de las risas que nos hemos echado durante estos siete días: risas en el aeropuerto, en las paradas de autobús y dentro, risas en las colas que nos tocó hacer, risas subiendo a la cúpula del Vaticano; risas en las comidas y en las cenas (en los desayunos estábamos más dormidos…) Risas jugando al tótem; Risas con Hulio, y más risas con un soniquete que popularizó Jordan -el más moreno de las fotos- y que se lo pegó hasta al párroco, y que no podemos reproducir por este medio. 












Tampoco he mencionado un elemento providencial, sin el cual no hubiera sido posible esta peregrinación. Un mes antes de la misma nos notificaron que el lugar donde nos iban a acoger no estaba disponible para nosotros, y que debíamos buscar otro. A un mes vista, no teníamos dónde residir, ni presupuesto para afrontarlo : ( Pero el Señor, por medio de su Iglesia, estuvo grande con nosotros, y gracias a la generosidad de la Hna Gilda, pudimos encontrar un lugar de descanso muy reconfortante. 





Seguramente la clave del éxito de la peregrinación ha sido la Misa diaria acompañada de los ratos de oración. El resto era muy fácil, porque Roma es un escenario incomparable, y la historia de la Iglesia se derrama por sus poros. Ahora nos toca seguir viviendo la fe y compartiéndola, en Ciempozuelos, en la Diócesis de Getafe, en el instituto, en la universidad, en el trabajo, en la sociedad española que tanto lo necesita, en el seno de la Iglesia que está pidiendo a los jóvenes que tomen el testigo de la santidad. Por ello pedimos.


¡Hasta la próxima peregrinación! Unidos en el Señor.   




















A Jesús, el Honor y la Gloria.
Gracias Señor por este regalo.




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