sábado, 28 de septiembre de 2013

EL FIN DEL CELIBATO SACERDOTAL


Aunque sobre este tema ya escribí hace unos meses en referencia a unas declaraciones de un eclesiástico anglosajón -aquí se puede leer el breve post: http://julianlozanolopez.blogspot.com.es/2013_02_01_archive.html- lo retomo de nuevo porque los medios de comunicación lo han vuelto a poner en la agenda de temas a tocar.

Me parece que lo que hay debajo de ese “¿por qué no te casas?” que dirigen a los sacerdotes -y a la Iglesia por extensión- algunas personas -por cierto, de lo más variadas: desde el ateo alejado de la fe, hasta el indiferente, pasando por el catequista despistado y llegando a las “vacas sagradas” de la vieja teología (Vg. Hans Küng)- es una falta de comprensión de lo que es el sacerdocio, y de cuál es el fin del celibato. 



El sacerdote -en palabras de la Carta a los Hebreos- es “cogido de entre los hombres” para representarles en el culto a Dios (Cf. Hb 5, 1s) y continúa la carta diciendo que “nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios” (Hb 5, 4)

O sea, que no es una buena ocurrencia lo de hacerse cura, sino que es una llamada de Dios. Le llama, le elige, y si el sujeto en cuestión acoge esa elección, Dios toma su vida, se la expropia, y la consagra -eso es la Ordenación-. Es decir, a partir de ese momento, su vida ya no es suya, o en palabras del entrañable Pablo Domínguez que en Paz descanse, “yo ya no cuento”. Lo consagrado pertenece a Dios, para su “uso” exclusivo; en el caso del sacerdocio, para hacer las veces de Cristo, para que “quien a vosotros escuche, a mí me escuche” (Cf. Lc 10, 16); para “hacer esto en memoria mía” (Cf. Lc 22, 19); para que “lo que ates en la tierra quede atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quede desatado en los cielos” (Cf. Mt 16, 19). Y podríamos seguir con más citas. En esencia, Cristo al sacerdote le pide regir a su pueblo como el que sirve, hablarle de la Verdad y santificarle.



Pero para que esto sea real, para que la expresión “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros” (Lc 22, 19) no sea falseada, hace falta que el que la pronuncie sea varón -como Jesucristo- y hace falta que de verdad haya entregado su vida, incluyendo su cuerpo. Aquí entra en juego el celibato.

Se trata de una ley eclesiástica -cierto-, que no es dogma de fe -verdad-, que custodia el don de la virginidad consagrada -a imagen de Cristo- un carisma -don de Dios para bien de la Comunidad- que es regalado de lo Alto -”no todos entienden esto, sólo los que han recibido este don” (Mt 11-12)- y que hace posible que el sacerdote se configure con Aquél al que debe hacer presente.



El fin del celibato -en la misma línea de la promesa de obediencia y el compromiso de pobreza realizados en la Ordenación- es, por tanto, identificar al sacerdote con Jesucristo único y eterno Sacerdote. En los documentos eclesiales esta idea se ha expresado con una triple fórmula. El presbítero abraza la vida virginal por un motivo cristológico -vivir identificado con Jesús-, eclesiológico -para servir con entrega TOTAL a la Iglesia, al Pueblo de Dios y a todos los hombres- y escatológico -para hacer presente, siquiera como signo, los bienes últimos y definitivos a los que nos llama el Creador-. Por esto, y por más cosas, es por lo que la Iglesia -yendo muy a contracorriente- ha unido sacerdocio y celibato -y persevera en ello-, la razón por la que los curas no nos casamos, la razón por la que lo hacemos libremente, el motivo por el que se puede ser inmensamente dichoso en este camino.



Habría muchos “hilos” que abordar para rematar bien el tema, pero eso excede con mucho la capacidad de un blog. El que quiera, a estudiar Teología ; )  Con todo, no me resisto a apuntar, aunque sea esquemáticamente, algunas cuestiones que me rondan la cabeza en torno a este asunto. 

(Nota. Si alguien está demasiado saturado, puede pasar directamente al penúltimo párrafo y retomar en otro momento; lectura interactiva...)


  • El hecho de que -casi en la totalidad de los casos- las peticiones de revisar el tema del celibato procedan no tanto de un “sin el celibato seréis más santos”, sino de un “sin el celibato por fin podréis vivir y ser felices”, me hace dudar de que sea un “signo de los tiempos” que nos envía Dios. Si desde el Colegio de los Pastores se me ofrece otra mirada, la escucharé filialmente.

  • El hecho de que, quienes proponen modificar la vivencia actual del celibato sacerdotal, argumenten convencidos que eso solucionará la crisis de vocaciones, cuando sabemos empíricamente que las iglesias luteranas, anglicanas, y demás reformas -que tienen la figura del pastor casado- han sufrido un descenso muchísimo mayor de candidatos al Ministerio, me vuelve a hacer dudar de que sea un “signo de los tiempos” que nos envía Dios.

  • El hecho de que -en muchos de los casos- las peticiones de revisar el tema del celibato van de la mano de la reivindicación del sacerdocio femenino y de una mirada ambigua o directamente positiva del aborto, me hace dudar muy seriamente de que sea un “signo de los tiempos” que nos envía Dios.

  • El tema de la las iglesias católicas orientales, en cuyo seno se permite ordenar sacerdote a un varón casado -y no al revés; los sacerdotes no se casan- me parece que plantea una dificultad objetiva a la mentalidad de hoy -también a la mía-. La coexistencia de ambas prácticas diversas entre sí -la latina y la oriental- no suponía un problema cuando se vivían en ámbitos geográficos y culturales distantes. Pero la “aldea global” en la que vivimos, y los enormes movimientos migratorios, están provocando que ambas disciplinas se den a la vez en un mismo tiempo y lugar, provocando algo de perplejidad. ¿Cómo resolver esta cuestión? Quizá sería el momento de replantear más a fondo la cuestión y dirimirla a la luz de una mayor profundización de la identidad sacerdotal desarrollada en Occidente, y que no ha llegado aún a ámbitos del pulmón oriental de la Iglesia.

  • En esta misma línea, la objeción de quienes invocan a la Iglesia primitiva -en la que sabemos que hubo esposos que fueron elegidos para el diaconado, el sacerdocio y el episcopado- para reclamar que se reinstaure esa práctica, por considerarla más conforme a la primera Iglesia -como si ésta fuera el modelo que debe instalarse perennemente- es contestada por la propia historia eclesial. Jesús ha querido que la Iglesia -fundada por Él- progrese en sus enseñanzas a lo largo de la Historia, evidentemente en fidelidad a lo por Él enseñado. Del mismo modo que el misterio Eucarístico se fue descubriendo con mayor profundidad a lo largo de los siglos -aunque ya estuviera presente desde la Última Cena-, gracias a lo cual se llegó a una formidable formulación en tiempos de santo Tomás de Aquino, y se ha continuado la labor de desentrañamiento hasta nuestros días -Cf. “Ecclessia de Eucaristía” del Beato Juan Pablo II, o la más reciente “Sacramentum charitatis” de Benedicto XVI- así ha sucedido también con el ministerio, vocación e identidad sacerdotal. De ahí que con el paso de los años, la práctica original de la virginidad de los ministros -que convivía con la de esposos ordenados- se fuera extendiendo en las comunidades, hasta que se fija en la disciplina eclesial a partir del Concilio de Elvira y posteriores Sínodos. O sea, que el futuro del sacerdocio no pasa por volver al año 33 de nuestra era, sino por continuar extrayendo “lo nuevo” del “tesoro” que nos ha sido confiado, como el padre de familia de la parábola (Cf. Mt 13, 52)


Y se me quedan más hilos pendientes, sobre todo de tono más personal, pero ya habrá ocasión -si Dios quiere- de enhebrarlos. 



El fin del celibato sacerdotal no es terminar con él, como han podido comprobar los que con paciencia hayan leído hasta aquí. Su fin, su objeto, es configurar en verdad al sacerdote con el único digno de llevar este nombre, Jesucristo. La actual controversia es una ocasión providencial que se nos brinda para redescubrir su sentido, para terminar con una visión -si la hubo, que yo no la he conocido- sospechosa sobre el sexo y/o la familia que pudiera estar, para algunos, en el trasfondo del celibato; una oportunidad de oro para conocer mejor la consagración sacerdotal y amarla más, para tratar de vivirla con mayor plenitud y libertad, y ofrecerla gozosa y confiadamente a aquellos jóvenes a los que el Señor -quién sabe- pueda estar regalándosela. 

Pd. Hasta el próximo post, que -Dm- será sobre la "famosa" entrevista al Papa Francisco de la semana pasada. Tardaré en escribirlo...

4 comentarios:

  1. Padre, amigo mio. Me encanto el blog. Dios te bendiga.

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  2. Lo que ocurre frecuentemente es que la consagración no es recibida por casi nadie, y no la entienden. El hombre natural no comprende las cosas del Espíritu de Dios, porque para el es locura y no lo puede entender porque se han de discernir espiritualmente... y eso....

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  3. Muchas gracias Julián. Muy clarificador. Espero ansiosamente tu próximo post

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  4. Felicidades po su tu incansable testimonio sacerdotal!!!!

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