viernes, 30 de agosto de 2013

NADA SE PIERDE


Me cambian de parroquia. Mañana 1 de septiembre comienzo mi tarea pastoral en Ciempozuelos, y dejo atrás tres años de trabajo en Virgen Madre, en Leganés. No es ni un ascenso ni un descenso, ni un premio ni un castigo, que es como a veces -desde fuera, sin entender, aunque sin mala voluntad- se tiende a valorar estos cambios. En realidad, forma parte de la dinámica sacerdotal: cuando uno es Ordenado, se consagra a Dios en su Iglesia, y por tanto, ya no se pertenece, por lo menos no del todo, o no debería. Y entonces te pueden enviar a servir al Pueblo de Dios allá donde sea necesario. Y esto es, en esencia, lo que ha ocurrido.


Se lo explicaba hace unos días a un feligrés de Leganés. Le decía “pues el Señor me envía a un nuevo lugar”. Y él replicaba: “el señor... El señor obispo quieres decir”. Así que yo apostillé: “bueno, los dos: el Señor, a través del señor Obispo”. Porque desde que hace alrededor de diez años comenzara la aventura vocacional -eso que puede sintetizarse en una convicción-impresión-certeza de que Dios te llama a una relación/misión especial, y que uno responde a ello cada día en el seno de su Iglesia- tengo la seguridad (podría añadir que tengo la experiencia) de que es Dios el que está detrás de todo, aunque ciertamente delante de todo aparezcan siempre personas o circunstancias que Él dispone. Vamos, que creo en la Providencia de Dios, en eso de que Él nos acompaña, de que interviene en la Historia y en mi historia.



Mirar hacia atrás ahora significa recordar decenas de regalos que de lo Alto he recibido en Leganés. El primer año en la vida sacerdotal es muy importante, y yo lo he vivido en Virgen Madre. Aquí he aprendido a celebrar Misa, me he iniciado en la Confesión, en la predicación, en acompañar en el duelo de la muerte, en el dolor de la enfermedad, en las dificultades de la vida... También en gozar con esa existencia que se abre paso en los pequeños bautizados, en la alegría de la infancia que se acerca a recibir a Cristo Sacramentado, en la ilusión de los jóvenes que empiezan a sentir el timón de sus vidas en sus manos y descubren el apasionante horizonte que ante ellos les presenta Jesús. O ese punto de inflexión vital que significa el matrimonio para muchos, y al que uno asiste como testigo de excepción, y que es una gran promesa, que he comprobado que el Señor cumple, si le invitan no sólo a la Boda, sino también al hogar.



Mirar atrás ahora supone traer a la memoria multitud de personas y acontecimientos. Por su envergadura e intensidad, la JMJ de Madrid se lleva buena parte del “disco duro”. Los meses de preparación, la coordinación-comunión con tanta buena gente de Leganés -los voluntarios de las parroquias, la gente del Ayuntamiento, directores de colegios e institutos...- aquella semana de órdago acogiendo a 6.000 peregrinos a la vez que acompañábamos a nuestros jóvenes en las diversas celebraciones. Los Scouts de Europa, los peregrinos indonesios, malteses, argentinos, cordobeses, riojanos... El increíble grupo de Toulousse; Los responsables de acogida de la parroquia, incansables, sonrientes, atentos, entregados... Y el remate, la inolvidable vigilia de Cuatro Vientos, el tremendo calor durante el día, la imprevisible tormenta de por la noche, que aquilató nuestra presencia allí y nuestra pertenencia a la Iglesia... La aventura que se hizo envío misionero, y en eso seguimos.



Pero es que ha habido multitud de eventos, extraordinarios y ordinarios, en estos tres cursos. Desde las intensas tardes de los viernes con los Juveniles y sus catequistas, las Misas dominicales -especialmente las “de niños”-, las convivencias inter-parroquiales con la Acción Católica de Infancia, las peregrinaciones y encuentros con jóvenes, la “coordinadora arciprestal”, los festivales de Navidad y alguno de Primavera, los divertidos sembradores de estrellas, las celebraciones penitenciales, los campamentos de verano, las vacaciones con familias... Y sé que me faltan unas cuantas.






Y las personas, claro, las personas, en las que se reconoce a Cristo, en las que Él mismo tantas veces se te está entregando. Personas de todo tipo, edad y condición. Los infatigables y generosos encargados de mantenimiento; la entrañable sacristana, y el tierno equipo de visitadoras de enfermos, y las catequistas -y los también- y los responsables de economía, y el grupo de limpieza, y los que cuentan la colecta, y los que preparan la liturgia y cantan, y los voluntarios de Cáritas, y el Aula de Cultura, y el grupo de mayores, y los/las “sin grupo” que cada día acuden, rezan, saludan... Y los niños de catequesis, y sus papás y mamás, y los enfermos -y aquí cito a Concha-, y los grupos de profundización de la fe, y la escuela de padres -vamos, de madres- y los grupos de matrimonios, y los curas de mi arciprestazgo, y mi párroco, y... y pido disculpas por los olvidos que pueda tener. 






Y entonces, te cambian. Y no pasa nada, nada más allá de la lógica tristeza por dejar todos esos regalos que te ha hecho el Señor. Y entonces los pones en Sus manos, que al fin y al cabo de Él han venido, y deseas que los ponga en las manos del hermano que viene a sustituirte, y emprendes confiado el camino hacia el nuevo destino, seguro de que allí Jesús se volverá a derramar, y tranquilo, y contento, y agradecido, por una sencilla y profunda certeza: que en Él nada ni nadie se pierde.


4 comentarios:

  1. "Y los pones en sus manos" Y te pones en sus manos, de nuevo.

    Precioso post memoria, Julián.

    Abrazo!

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  2. Dejándolo todo en Sus manos, como tú muy bien dices, nada se pierde. Dios te bendiga en tu nuevo destino y te acompañe siempre.

    Precioso post :)

    Un abrazo!+

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  3. Hasta el día de entrar en Casa (Cielo) será así: un continuo ponerse en Sus manos, así que... "sí, y siempre sí".

    Gracias.

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  4. Un regalo tu para nosotros.
    Ponte en sus manos y las de su madre y sigue fiel.

    Un abrazo javi y laura.
    Te encomendamos

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