Recientemente hablaba con una vieja amiga a la que he reencontrado después de unos años de distancia. Cuando uno es sacerdote, las conversaciones sobre Dios y la Iglesia son recurrentes, y también surgió en el citado encuentro. En esa charla volvieron a aparecer algunos temas frecuentes, que están en labios de no pocos; la necesidad de que la Iglesia se modernice, se actualice, en asuntos como el de la moral sexual -relaciones prematrimoniales, uso de anticonceptivos, mirada sobre la homosexualidad...-, el papel de la mujer en la Iglesia o el tema del celibato de los sacerdotes. Por las circunstancias, mi respuesta en aquel momento fue rápida y parcial. Voy a intentar matizarla en este post.
First the first, que dicen los americanos.
Me parece que para hablar de estos temas hace falta poner en primer lugar lo primero, y luego todo lo demás. Y lo primero en relación con la Iglesia es que nos trae a Dios, al Dios de Jesucristo, por medio de la Palabra -custodiada desde el S. I, rezada, venerada, transcrita a cientos de lenguas... Una joya-; por medio de los sacramentos - “Sin la Eucaristía no podemos vivir” decían los cristianos del norte de África en los albores de la Cristiandad-; por medio del testimonio abrumador de caridad de los millones de personas que han dado la vida por amor a Dios y al prójimo en estos veinte siglos.
Si esto es así, debo intentar no separarme mucho de la Fuente que me ha regalado el Señor para nutrirme, para lavarme, para acercarme a Él. Creo que está claro que sin la Iglesia Católica hoy no tendríamos apenas noticia del carpintero de Nazareth. Aunque haya cosas que me disgusten, que no entienda, que no comparta de cómo se desenvuelve la Iglesia en medio del mundo, si quiero a Cristo en mi vida, no debería alejarme mucho de su Esposa.
La revolución de los santos
Lo segundo que pensé fueron las palabras que Benedicto XVI nos dirigió en Colonia al millón de jóvenes congregados en la Jornada Mundial de la Juventud de 2005. La verdadera revolución, la única que merece la pena, la que cambia el mundo para bien, la operan los santos, los amigos íntimos de Dios. Creo que lo que haya que cambiar en la Iglesia -sea lo que fuere- vendrá de las personas que -transformadas por el amor de Dios- demuestren con su testimonio que hay mejores formas de vivir la experiencia cristiana. Quienes deseemos una Iglesia más santa, más verdadera, estamos llamados a construirla nosotoros mismos, osando la santidad personal.
En este sentido, los testimonios de los últimos años han sido muy elocuentes. Teresa de Calcuta o Juan Pablo II -por poner sólo dos casos- han sido cauces de transformación en la Iglesia merced a su ejemplo incontestable de fe, esperanza y amor. Sus “reivindicaciones”, curiosamente, se han convertido en una mayor exigencia de vida cristiana, de entrega. Cuando le preguntaban a Madre Teresa sobre lo que cambiaría en la Iglesia, ella repetía: “hace falta que cambie yo”. Sorprendente, pero real.
El árbol y las ramas
Una vez plantado el árbol en su sitio, después podemos hablar de las ramas, de las flores y de las podas necesarias. A condición de que no me separen -por nada del mundo- de la savia que fluye de la raíz en la que fui injertado. Desde ahí, “arraigado”, veré la mejor forma de ayudar a que el tronco crezca robusto, y a que las hojas puedan llevar sombra a todo el que la necesite, y los frutos alimenten a quienes buscan saciar su hambre y sed.
En los próximos post -Dios mediante- intentaré entrar en las cuestiones prácticas que se plantearon en aquella conversación. Pido al Señor que nos dé luz para conocerle, amarle y seguirle con más verdad.
Muy concreto e ilustrativo, palabras de gran ayuda.
ResponderEliminarque Dios le continué bendiciendo abundantemente.