domingo, 23 de septiembre de 2012

LOS FRUTOS DE LA FRUTA

En mi parroquia hay un señor que pide. No me refiero a los curas, que son señores y también piden. No, me refiero a una persona que pide limosna en la puerta, como sucede en buena parte de las Iglesias. Se llama, curiosamente, Jesús.

Desde que me vio por primera vez hace poco más de dos años capté de inmediato que no le caía bien. Lo confirmé el primer día que me dirigió la palabra -más allá del saludo que intercambiábamos habitualmente-. Con la voz entrecortada -había bebido... más de lo habitual- me dijo: "yo podía haber sido mucho mejor cura que tú. Tanto hablar, tanto hablar..." Me desconcertó. Creo que le dije algo así como "puedes ser mucho mejor que yo; no hace falta que seas cura", pero mi apelación a la común vocación a la santidad no le apaciguó. No llegamos a entendernos aquel día.

Reconozco que me costaba tratarle, también desde el principio. No estoy acostumbrado a provocar en el otro antipatía, más bien al contrario. Y cuando me pasa no sé actuar, me falta sencillez o me sobra orgullo, o ambas cosas. O sea, que así hemos estado, hasta este fin de semana.

La historia en cuestión

Lo que narro a continuación se puede leer en clave de providencia o de coincidencia azarosa. Los que tienen fe, y los que han estudiado metafísica, no suelen apostar por la segunda opción. Lo dejo a gusto del lector; yo ya he optado.

El sábado no tendría que haber estado en mi parroquia. Todo estaba bien pactado: mi párroco se encargaba de todo -y todo era mucho: Misa, Bautizos, Misa, Bautizos, confesiones...- y yo celebraba la Eucaristía matinal y me iba al encuentro programado con amigos de la universidad. Celebrábamos que hace 15 años -más o menos- que nos conocemos; y además lo hacíamos en casa de una amiga que ha sufrido mucho en los últimos meses, pero que ha vencido, y que sigue venciendo. Muchos motivos de alegría, muchas razones para asistir.

Pero... por cuestiones que no vienen al caso -de fuerza mayor- mi párroco debe ausentarse el fin de semana, y entonces el "todo" me toca a mí, y la celebración de amigos hay que vivirla "en espíritu y en verdad", pero a distancia. Y nos disponemos a ello.

Después de la Misa de 9.30 y de los bautizos del mediodía me toca preparar una Eucaristía singular, de las poco habituales. Un grupo de ecuatorianos pidió ofrecer una Misa en acción de gracias, y mi párroco la puso a las... dos de la tarde. Pero siguen las sorpresas: el grupo que encarga la Misa se llama "Amigos por siempre" y lo hace porque quieren celebrar el aniversario de su fundación. Vaya, qué cosas. Pero hay más; les pregunto que cuánto hace que se conocen. Respuesta: "más o menos, quince años". Vaya, pues qué cosas.

Y empieza la Misa

Casi 400 ecuatorianos llenan los bancos. Entran en procesión. En la homilía les hablo de la amistad, y del Amigo que no falla, y de la Madre del Amigo. En el ofertorio acercan al Altar pan y vino, unas hermosas flores y un voluminoso cesto de frutas. "Esto es para usted padresito (sic)". Termina la celebración, mutuamente agradecidos. Recojo las cosas, limpio la cera que se ha caído al suelo, barro y miro la cesta. Son casi las 16.00. "Hoy comemos fruta". ¿Qué hacer con toda la que sobrará? Ya veremos.

La fruta

Rezo, descanso -sin mezclar- y a por la segunda tanda de bautismos. Igual que en la mañana, se portan bien, disfrutamos del Sacramento, aunque no me extiendo mucho. Debo salir con diligencia hacia el Tanatorio a enterrar a una persona. El párroco no podía planear esto... Y a la vuelta del cementerio, me encuentro con Jesús, el señor que pide. Y sin pensarlo mucho, al pasar delante de él, me viene a la cabeza el cesto regalado, y le digo: "me han regalado fruta, ¿te viene bien?" Noto sorpresa, pero responde rápido: "sí". "Vale, ahora te la bajo". Entonces le preparo dos bolsas con plátanos, uvas, nectarinas, melón, peras, manzanas... dos señoras bolsas. Y se las bajo. Le digo que las lave, y vuelvo al templo, a seguir la faena. No pienso más en ello: él pasa necesidad y a mí me sobra fruta. No ha habido mucha generosidad, más bien mutua conveniencia. Así lo dejo.

Los frutos

El domingo ha sido espléndido. En mi parroquia las Misas siempre están llenas -tampoco caben tantos-, la gente canta, responde con fuerza. Vamos, que rezan, y eso ayuda al que preside. Entre Eucaristía y Eucaristía, varias confesiones, muchos saludos, algún ofrecimiento para el curso que empieza... y por la tarde, los frutos.

Empieza a llover, y Jesús, el señor que pide, se siente con confianza y entra en el despacho parroquial. Estoy hablando con un compañero sacerdote; Jesús pregunta: "¿puedo pedir en el soportal? Es que está lloviendo" Le noto algo emocionado. Le digo que sí, que habitualmente mejor en la puerta, pero que cuando llueva, que se resguarde. Termino la conversación con el sacerdote, y me voy disparado para celebrar la Misa. Y a los cinco minutos, entra Jesús, el que pide, y se pone al fondo de la asamblea. Le veo y me sorprendo. Nunca le había visto dentro. Continúo: proclamo, predico, consagro y al dar la Comunión, allí veo a Jesús que viene a recibir a su Tocayo. Por la mente se me cruza un pensamiento "cuánto hará que no se confiesa..." Le doy la Comunión. Se nota -por cómo la recibe- su falta de costumbre. Pido por él y concluyo la Misa.

Al terminar se acercan a algunos fieles a la sacristía; quieren preguntar cosas, encargar Misas, hacer alguna consulta... Estoy a punto de cerrar, ha sido un finde completito. Pero aún queda algo. Marcelino, el típico marido bueno que acompaña a la típica mujer buenísima de la parroquia -en este caso, Jacinta- y que siempre la espera sin entrar en Misa, me saluda y me dice: "Jesús me ha estado contando que le diste fruta". Asiento y continúa: "lo ha agradecido mucho. Y además hoy se ha confesado con el cura que estaba hablando contigo. Me ha dicho que hacía muchos años..." Y yo he sonreído.

A veces el Señor te muestra pequeños relámpagos que cruzan grandes oscuridades. A veces te hace salir al encuentro del prójimo, casi sin darte cuenta, sin buscarlo. Y rompe barreras absurdas, pero reales. Le doy gracias por haber sacado estos frutos de esa fruta, y que duren. Le doy gracias por haber aceptado el pequeño sacrificio de no estar con mis amigos, para estar con otros, con los Suyos. Y que siga sacando frutos, entre los míos, y entre los vuestros.